Hoy mi papá me despertó pronto y me llevó de paseo a la montaña. Me dijo que era para hacer fotos increíbles cuando saliese el sol. Después de desayunar, preparamos unos sándwiches, por si nos perdiésemos en el bosque y tuviéramos que sobrevivir durante semanas, hasta ser rescatados por un helicóptero. Cogimos la cámara de fotos y salimos antes de que el sol apareciera en el cielo. Caminamos un montón, más o menos unos 7 o 50 minutos hasta llegar a un sitio alto, desde donde se veía la ciudad allí abajo. Era un lugar muy muy bonito, entonces nos sentamos a esperar a que saliera el sol para hacer las fotos increíbles que mi papá había prometido. Él dijo que esa hora es una de las mejores para hacer fotos porque las flores y los árboles se despiertan y los pajaritos cantan sus primeras canciones. Yo lo vi un poco raro porque los sonidos de los pájaros no salen en la foto, pero mi padre tiene mucha imaginación y me gusta tal y como es. Esperamos charlando, porque mi padre es super parlanchín y yo también, hasta que vi un puntito de sol a lo lejos, donde la tierra se junta con el cielo. Era rojo, tan rojo que parecía un tomate gigante. Mi papá agarró la cámara super emocionado y me dijo -Toma Bibi, haz tú la primera foto-. Yo tomé la cámara super nerviosa, miré por el agujerito y apreté el botón. Pero sonó un timbre y en la pantallita apareció un mensaje: “cargue la batería”. Y se apagó. Mi padre me miró y se echó a reír, y yo también. Entonces nos quedamos en silencio mirando a la Tierra despertar, mientras el sol subía sobre la ciudad dejando todo dorado. Nos quedamos así hasta que nos dio hambre y volvimos a casa comiendo los sándwiches. Cuando llegamos a casa mi mamá dijo: -“¿Qué tipo de fotógrafos sois vosotros, que no sabéis que hay que cargar la cámara antes de hacer las fotos?-. Pero en realidad pienso que ha sido un paseo tan bueno, que ni siquiera hacía falta la cámara. Las fotos están en mi cabeza y cuando quiera verlas es solo recordarlas.